IIYa es 27? Si… recibes la llamada de su madre. Ya están lidiando con los preparativos funerarios. Entonces, no fue una pesadilla. Realmente estaba pasando. Aún sigue conectado a esas máquinas. Aún su cuerpo está vivo. Por más absurdo que te parezca, en ese momento albergas la posibilidad de una equivocación de diagnóstico, un error, un descuido, lo que sea que contradiga el fatal resultado de perderlo para siempre.
Pero no, la pesadilla es real. Ahora estás parado frente a su cuerpo, contemplándolo con ojos grandes, desorbitados. Le tomas la mano. Todavía está tibia. Cada vez el apretón es más fuerte. Cierras los ojos. Hay mucho que decir. Solo piensas cada cosa que quieres transmitir, y es mejor así, las palabras son inútiles.
Solo se escucha el constante pitido de la máquina que está a su lado que indica que el corazón late. Estar ahí apretando su mano, te hace consciente de que esta será la última vez que lo ves. Es aterrador comprender un nunca más. Te aferras a cada segundo que pasa, cada respiro, cada átomo de tiempo, cada momento vale demasiado, hace que tu percepción comience a girar en espirales.
La tarde cae oscura y pesada afuera. La angustia se siente en todos lados, como un sombrío manto que cubre la ciudad. No hay adonde escapar. Las paredes, columnas y ventanas contornean el paisaje, con matices ennegrecidos, dando aún más tristeza al paisaje.
No puedes dejar de pensar. Sentado en la oscuridad de tu habitación escuchas y recuerdas una y otra vez aquellas canciones que te hacen desplomarte aún más. Aplastas una y otra y otra vez el botón que repite la pista de audio, otro proceso totalmente automático.
Los ojos te pesan. Están ya irritados, agotados. El cansancio te vence.
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